Cuando trabajaba en Dominicana, uno de mis cometidos era gestionar los innumerables candidatos de todo el mundo que aspiraban a realizar un periodo de pasantía en nuestra compañía: estudiar sus currículum, sus experiencias, alguna entrevista telefónica… Y con un mucho de información y otro tanto de intuición, recibía a unos pocos y rechazaba a la mayoría.
Otra de mis responsabilidades era el personal que, puntualmente, enviábamos fuera a formaciones en otros hoteles de la compañía. Para muchos de ellos, no es que fuera a ser la primera salida del país, sino, siendo realista: la única.
Así que yo tramitaba los visados, los permisos, cartas de autorización, avales (porque la compañía respondía por ellos dentro y fuera) e incluso, la previsión de algún soborno para aduanas aquí y allá. ¡Qué le vamos a hacer! El mundo es así…
En una sola ocasión no era un traslado puntual, sino unas vacaciones en Navidad lo que me llevó a gestionar una solicitud de visado ante la Embajada de Estados Unidos para uno de nuestros jefes de departamento. Desde que se licenció, trabajaba con nosotros, una década ya y había ahorrado lo suficiente para cumplir un sueño: una semana en Nueva York.
A pesar de tener una familia numerosa e íntegramente en Dominicana, era soltero y la respuesta de la Embajada, por dos ocasiones (porque recurrí) fue: «Vínculos insuficientes con el país de origen». Temían que quedara ilegalmente, abandonando a todos los suyos: familia, amigos, raíces… Porque no tenía una mujer esperándolo.
Lloré con él, aunque por motivos distintos. Para mí era la primera ocasión en que me enfrentaba a la impotencia, la rabia, de ver a alguien encerrado en una jaula por el simple azar de haber nacido a «este» y no a «este otro» lado de una frontera. Fue solo el primero. Por supuesto, después, vinieron muchos más…
Y ahora, que acabo de terminar el intenso y extenso proceso de presentación de candidaturas para trabajar en la Comunicación de proyectos de pacificación en países inmersos en terribles conflictos armados (porque tengo hambre de conocer otros mundos y mirar dentro de otros ojos; porque desde esta, mi pequeña posición, creo que puedo aportar un granito de arena para que otras realidades se conozcan y que eso es un paso importante para que algo cambie), ahora… Soy yo quien se enfrenta a la evaluación de otros.
Y además de mostrar y demostrar preparación académica, experiencia, herramientas y capacidades para un puesto de tal envergadura, también hay que superar cuestiones como:
- ¿Tengo familiares, amigos, alguien que me quiera?
- ¿Puede ‘mi vida’ pausarse sin que me sustituyan?
- ¿Están mis familiares, amigos y quienes me quieren preparados para no tener noticias mías en semanas o meses?
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¿Están mis familiares, amigos y quienes me quieren suficientemente informados de los riesgos a los que me enfrento y ‘me apoyan’?
¡Ay, el «apoyo»! Lo que se me está clavando esa palabra estos días… Y en una escala de «en absoluto desacuerdo» a «totalmente de acuerdo», voy repartiendo equis meditadas desde la verdad (cruzando los dedos para que la verdad me deje dentro y no fuera).
Y me doy cuenta de que esos «vínculos«, o su ausencia, son el mayor riesgo que ve una Embajada de un país con colmillos, en un momento dado.
Pero los vínculos son también el ingrediente imprescindible para saber que uno asume los riesgos (a veces muchos), pero espera salir con vida. Me he dado cuenta de algo que sabemos, pero se nos olvida: el regalo de que vivimos por nosotros ¡Por supuesto que sí! Pero sobre todo… VIVIMOS POR Y PARA OTROS.
Apoyo; Cosa que sostiene algo o que sirve para sostener. También persona o cosa que ayuda a alguien a conseguir algo o que favorece el desarrollo de algo.