He quedado con una tipa esta tarde «que me tienes que firmar los libros y tal y tal», que servidora es escritora, pero alcanzable, muy alcanzable.
Total, que quedamos en Ibiza, en la Plaza del Parque y una cosa ha llevado a la otra y después de los tés, nos hemos pasado a los vinos y a 5 horas de contar aventuras y preguntas que le he tenido que decir en un par de ocasiones: «¡Que no me preguntes más!» No porque me sepan mal las preguntas, qué va, sino que me sabe mal por ella ¡porque las contesto!
Me he disculpado, no por contestar, que ella tenía los mofletes cada vez más encendidos a cada respuesta, sino porque en un par de ocasiones he desatendido nuestra conversación porque en paralelo mantenía otra con Nueva York «para enviarme unos libros y que los firme y tal y tal» y servidora que es escritora pero muy alcanzable, pero aún más: práctica, decía que «vaya un disparate enviar ni no enviar y que ya iré yo a firmar a Nueva York un día de estos.»
No ha colado y me volvía a mi compañera para decirle: «Perdón, perdón ¿por dónde iba?» ¡Y que se acordaba…! Y me tocaba seguir.
Y así hemos pasado de un lado a otro del planeta y luego a otro más y entre países y batallas parecíamos más representantes de la ONU que las dos macizas que éramos.
Suerte que, entonces, ha llegado un pirado de otra mesa para decir que llevaba rato mirándome y que se había enamorado y ha empezado a cantarme y yo, tras dar las gracias al señor, he seguido atendiendo a mi compañera de mesa, diciéndole (ya con más decibelios porque el pirado seguía cantando) que tengo bastante tirón en Ibiza en particular y con los pirados muy en general.
5 horas y 8 bebidas después nos despedíamos y entonces saca mis libros y me suelta que se lo ha pensado mejor y que no me deja que se los firme. Que no, que no y que no. Nada, que se raja… «Que así tenemos una excusa para quedar otra vez ¡Porque le tengo que firmar los libros!»