El árbol de la vida es un símbolo filosófico y religioso presente en muchas culturas.
En él se muestra un árbol que a mí, siempre me ha recordado a un reloj de arena. Las múltiples ramas se empeñan en apuntar al cielo, pero muestran a su vez los múltiples caminos elegidos; algunos finos, frágiles, claros errores que entendimos como aprendizajes y otros robustas decisiones que nos acercan a nuestras metas.
Sin embargo, de similar envergadura, pasan más desapercibidas las raíces y ¡Ay, las raíces! Sin ellas, ningún árbol sería árbol…
Una de las lecciones que el árbol de la vida nos muestra (o es la que más claramente veo yo) es que no podemos llegar a ningún lugar sin valorar (no importa cuál sea) el lugar del que venimos.
Que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Que detrás de una gran mujer hay un gran hombre, o vete a saber quién.
Que no estamos solos.
Que ningún padre quiso jamás ser mal padre.
Que el legado que nos dejaron es el que pudieron y como fue el que pudieron, hay que dar las gracias…
¡Que no existe rama si no hay raíz!
Y estas, son una muestra, parcial pero perfecta, de mis raíces.
Amigos, aquí mis raíces; raíces, aquí unos amigos.